miércoles, 28 de junio de 2017

El rey del verbo.
Por: Luis Santana Ayala.  

Que no se digan las cosas, no significa que no se piensen, lo cual podría salvarnos de más de un problema en la vida.
Que un mago te muestre sus manos descubiertas, no significa que de una manera u otra no te engañe, pues son sus propias manos las que usa para distraerte y mientras realiza el gran truco, - el cual te sorprenderá tanto que pensaras que el tipo es genial, mientras el sonreirá y pensará al unísono, una vez más los hice tontos... suele pasar cuando votamos por un político de gran discurso, lleno de humanidad y populismo, en algunos casos una causa que aunque no es nuestra, nos imponen anulando nuestro derecho a querer y más aun a pensar como individuos, a disentir, a criticar y surgen frases como si no estás con la revolución estas en contra de ella. No caben los matices y diferencias como si todos fuéramos la vil reproducción de un Dios o aun peor de un dictador. 
Pero siempre hay un margen, una rendija por donde escurrirse y surge en el alguien en el público, cuya mirada fue tan ágil como para descubrir la distracción que nos hizo dejar de poner nuestra atención en lo verdaderamente importante. 
A donde quiero llegar es algo que aun no lo tengo muy claro, el cómo menos, lo único que tengo claro es que debo andar y que para bien o para mal, este es un camino que debo recorrer, de regreso al principio, escuchando y mirando desde el lado más difícil, es decir de afuera hacia adentro. 
En esto se sustentan toda las teorías evolutivas, de la cuales un gran porcentaje de nuestras creencias, para que se conviertan en certidumbres, irónicamente necesitan de un gran porcentaje de fe. 

Hace mucho tiempo sucedió, tanto tiempo que el protagonista ya murió, y es solo este echo que me lleva a escribir esta historia, aunque su nombre esta perpetuado en libros, muy bien escritos y un puñados de versos, casi inéditos. 
Descendiente de una casta acomodada, para cuando lo conocí, tenía menos plata que una puta sin clientes, y aun así, eso era mucho más de lo que tenía yo. Es que los cubanos además de la fe en la revolución o en la democracia no tenemos nada más que lo que puede nacer desde nuestro interior. 
Porque además ya nos olvidamos de dar batallas y la luz de nuestras utopías, se fueron marchitando entre en el actuar de quienes las siembran y una sociedad que nos invita y envuelve en créditos y falsas necesidades. Pero esa es otra historia.
Hoy quiero hablar del Rey de verbo. 
Desde muy pequeño destacó por su silencio, el mayor de muchos hermanos, lavo autos para llevar pan a su casa, de donde el papá tras una gran pena de amor terminó ahogando su vida entre vitrolas y bares. 
Pero como reza un dicho a nadie le falta Dios, y aunque no todos lo descubrimos a todos nos fue dado un don y su pequeño gran don fue el manejo de las letras, todo un amo del discurso, amoldaba, doméstica y sometía las palabras como nadie, antes lo hizo.
Un día revisando un diccionario descubrió una palabra homotética:
Que según el diccionario, es una rama de la teología pastoral, la cual se encarga del estudio del sermón o discurso religioso. Trata de manera principal sobre la composición, reglas de elaboración, contenidos, estilos, y correcta predicación del sermón, pero como el siempre fue un hombre de poca fe, lo interpreto como el arte de componer con palabras y frases en un discurso perfecto, extirpando el concepto religioso. 
Así el tiempo corrió y ya cuando apenas era un adolescente, se integró a organizaciones de todo, tipo donde iba ofreciendo sus servicios y en poco tiempo su fama fue en aumento, su servicio fue requerido por alcaldes, diputados, senadores, tanto como de líderes políticos, religiosos, y empresariales integraban su larga cartera de clientes. 
Muchas veces me toco verlo, moviendo sus manos, como quien dirige una orquesta sinfónica, organizando las palabras, los tiempos, los respiros, las aparentes reflexiones, que iba anotando metódicamente en un cuaderno, como quien escribe en un pentagrama, cada palabra tenia así, como en la música, las notas y acordes un espacio, preciso, los tiempos los silencios, eran medidos con precisión quirúrgica y al final de cada discurso, una gran ovación, preñada de abortivas arengas, vítores y aplausos, una extensión de mano muy disimuladamente protegida, hacia el publico y una retirada aun más discreta. 
Era tanta la demanda que muchas veces tuvo que rechazar propuestas muy lucrativas, sin embargo nunca nadie le escucho leer uno de sus discursos, pues era mudo.

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